viernes, junio 15, 2007

Cementerio de rosas

A veces quisiera (extender las alas y) volar lejos de aqui.

A mi madre siempre le molestaron las rosas muertas que yo coleccionaba, lanzaba maldiciones por la peste y la podredumbre que soltaban las flores, y me decía que aquel debía ser un nido de insectos, y que sin duda todo aquel polvo negro era excremento de insectos.
Un día, fastidiada de que me regañara, limpié el cajón y trasladé todos mis recuerdos a una caja de plástico donde estuvieran a salvo.
La primera rosa que saqué fue aquella que tenía amarrado al tallo el listón azul, del mismo color que mi vestido de quince años. La siguiente rosa fue la rosa partida a la mitad, la que me recordaba el mejor día de mi vida, cuando en San Valentín, me pase el día entero carcajeándose de todo con Julia, diciendo que no necesitábamos novio mientras veíamos películas y comíamos palomitas con queso y helado de limón. Luego, vino la rosa amarilla de la mejor reconciliación con Jorge. Por ahí, Tenía un tallo con tres pétalos que rescaté el bote de basura de mamá, un poco después de que naciera mi hermanito favorito. En una bolsa de tela, estaban los pétalos de la flor que aplasté en la cama, la noche que perdí la virginidad. Y guardado celosamente en una caja de joyería, el pétalo en que Laura escribió un mensaje antes de salir del país. Así por el estilo tenía cerca de veinte rosas.
Yo solía vivir a las afueras de una gran ciudad, en un prado verde lleno de árboles. Ahí,, mi papá tenía su huerto, y mi madre y yo nos dedicábamos a la vida doméstica cuidando de mis hermanitos.
Cuando cumplí los ocho años, decidí que quería estudiar una carrera profesional, así que comencé a viajar todos los días a la ciudad para asistir a la primaria. Mi secundaría y preparatoria las terminé con honores y di el discurso de despedida de mi generación.
La cuestión de irme a vivir sola a la ciudad para estudiar la Universidad, causó conflictos en mi casa, pero como había conseguido la beca, mis padres tuvieron que aceptarlo.
Para cuando salí de la carrera, ya era una mujer independiente que comenzaría a trabajar de tiempo completo.
Las cosas en la granja iban mal, se vivía en un constante estrés por las dificultades para pagar los estudios de mis hermanos, quienes seguían mis pasos.
La última vez que vi a mi familia, les anuncié que me mudaría a una ciudad lejana donde me habían ofrecido un buen trabajo. Ese fue el peor día de mi vida. Me acusaron de malagradecida, gritaron que me avergonzaba de ellos, y que seguramente me escapaba con un hombre.
-Cuando me instale, les llamaré-dije, y me marché con una maleta con poca ropa y mis posesiones más preciadas.
Al llegar aquí, busqué en el periódico la renta de algún lugar dónde vivir. Renté el primer apartamento barato que encontré en el centro de la ciudad, cerca del río, y ahí deje todas mis cosas; lista para presentarme al día siguiente a mi trabajo.
Entonces, ocurrió el incidente. No pude llamar jamás a mis padres y ellos habrán pensado que soy una mala hija, o que estoy muerta. No me pude presentar a mi trabajo, y debieron creer que decidí no aceptarlo.
Había salido a caminar a orillas del río para familiarizarme con el lugar, y unos hombres me asaltaron. Como me resistí, me golpearon en la cabeza y saquearon de dinero mi cartera. Me creyeron muerta y me lanzaron al río, en donde estuve a dos segundos de morir de no haber sido por unos pescadores que vieron mi cuerpo hundiéndose en el agua...


Han pasado 365 días desde que perdí la memoria. La verdad es que no sé de dónde vengo, no recuerdo a mis padres, no sé si tenía hermanos y no puedo imaginarme cómo fue mi niñez y adolescencia; no sé si estudié una carrera universitaria y no sé a qué vine a esta ciudad.
Aquel día, desperté en el hospital sabiendo dos cosas: que me llamaba Matilde, y que estaba en un hospital al que no sabía cómo había llegado.
Lloré cerca de cuatro veces durante toda la tarde, luego de recordar al doctor diciéndome que estuve apunto de ahogarme en el río, y a causa de la falta de oxigeno en el cerebro había sufrido un daño irreversible en el hipocampo, por lo cual ahora carecía de memoria retrógrada...
Yo no tenía idea de lo que era eso, pero pude imaginármelo antes de que el doctor me lo explicara, ya que no podía recordar nada, absolutamente nada de lo que había sido mi vida antes de ese instante.
Me preguntaba dónde estaba, quién era, porqué nadie de mi familia o mis amigos se había hecho cargo de mí.
Unas jóvenes voluntarias del hospital me llevaron al apartamento indicado por el anuncio de periódico mojado que habían encontrado en mi bolsillo.
El lugar estaba prácticamente vacío, sin más mueble que una mesa llena de polillas y dos sillones agujereados. En el dormitorio, una maleta descansaba sobre un viejo y sucio colchón, y varias cajas cerradas con cinta adhesiva se apoyaban en la pared.
-Creo que te acababas de mudar-dijo una de las chicas, acercándose a la maleta y empezando a abrirla.
Así pude entender porqué no tenía amigos ni familiares que estuvieran conmigo.
Entre mis cosas no encontré agendas, diarios ni fotos; sólo ropa y una caja llena de rosas muertas con ese papel. Sentí tanto coraje al verlo, tanta impotencia de tener frente a mí los instantes más valiosos de mi vida y no poder recordarlos.
Con el paso del tiempo, aprendí a vivir sin mis recuerdos, y descubrí que incluso tiene sus ventajas. Por eso ahora me dedico a escribir historias de la vida que me hubiera gustado tener. Con un poco de suerte, mis fantasías son mejores que la vida que en realidad tuve y jamás recuperaré.
Ahora, terminaré mi relato con lo único que tengo la certeza que pasó realmente:

Cuando me enteré de que había perdido la memoria, decidí deshacerme de todas esas rosas que me atormentaban, guardándose para ellas mismas todos mis secretos que no podía recuperar.
Me fui hasta la orilla del río, ahí donde me arrancaron los recuerdos, y los fui lanzando poco a poco. Miré con tristeza cómo las flores muertas se iban despedazando rápidamente entre las corrientes de agua, mientras se alejaban cada vez más y más río abajo. Dejé escapar una que otra lagrima sin conocer muy bien la razón, y luego, bajé la mirada hasta el papel de color azul cielo que sostenía en la mano.
“Cada rosa es una historia de la mejor época de mi vida.
Matilde Ceballos.”
Y todas esas maravillosas historias se iban directo al inmenso mar del olvido.

1 comentario:

YaYe dijo...

o.o oie estas historias me gustan mucho y no me las habias enseñadoooo!!!! ¬¬

jaja toda super psicologa aplicando sus conocimientos jeje ;)
te kieroooo!

Adorable
Gráficos con escarcha


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