domingo, agosto 14, 2005

Escritos de antaño II parte

Escribo para que la muerte no tenga la ultima palabra

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(Aquel día)
Aquí no hay tanto calor como allá, es un clima templado, que sin embargo sus grados están al maximo. Las copas de los árboles nos protegen del sol de medio día, que a veces cubre de nubes oscuras que poco a poco se van uniendo entre ellas y cubre de gris el cielo y la tierra. Vamos caminando de las manos por las veredas naturales que nos ofrece el bosque. No decimos nada, jugamos a ser mudos, sólo nos comunicamos con miradas y sonrisas. Ya se oyen los truenos ligeros en el cielo. El sol brinda a nuestros ojos el último instante de su luz antes de dejarse tapar por completo por las nubes. Al menos ya no tendremos que entrecerrar los ojos para ver y nuestra vista descansará.
Comienzan a oírse las hojas al ser golpeadas por las gotas gruesas que empiezan a caer al suelo, nosotros ya lo vamos sintiendo igual, son gotas pesadas y frías.
Deliciosas. El cielo se desata en una fuerte lluvía de pronto, no nos agarró de sorpresa, ya lo esperabamos. Nos fuimos mojando poco a poco el cabello, la cara y la ropa sin dejar de caminar mientras el agua seguía cayendo sobre nuestras cabezas. Nos topamos con un claro que cruzamos. Al llegar al centro, totalmente desprotegidos, con los craneos directos hacia el cielo, donde más nos caía el agua, me jaló la mano y me detuvo, me acercó a él y me abrazó de la cintura llevando directo sus labios a los míos. Yo lo sujetñe de los brazos y le correspondí el beso. Nos transimitimos todo el cariño, la ternura, el amor que pudimos mientras nos fundiamos en ese apasionado veso de nuestros labios empapados bajo la lluvia de verano.
Poco después, cuando la lluvia había mortiguado, llegamos al lago, me despojé de mi pantalón y de mis zapatos, y riendo me lancé de un clavado al agua. Nadé hasta el centro de éste, salí a la superficie y lo vi aún parado en la orilla; le hice una seña para que se metiera, él se quitó la camisa y también los zapatos, y se lanzó para alcanzarme. Salió y le aparté el cabello mojado de la cara. Las gotas caían sobre la superficie del lago provocando un sonido que nos relaja y tranquiliza, nadamos en circulo un rato cuando él me perseguía. Reíamos, sumergiendonos y emergiendo de nuevo. Hasta que finalmente decidí dejar que me atrapara.
Ahora es de noche, la lluvia se ha detenido por completo, el cielo se ha despejado estando más limpio que nunca. Sentados al borde del precipicio, cemos los árboles grandes y chicos abajo y las millones de estrellas arriba de nosotros, una hermosa luna en cuarto creciente como nuestro amor, que cada vez se va extenciendo, creciendo, haciendose más grande. Me encuentro recostada en su hombro rodeandole el pecho, y él tiene su brazo detrás de mi espalda con su cabeza descansando sobre la mía. Miramos el cielo, el bosque, sin decir nada, aún somos mudos, ¿sí? De vez en cuando le beso la mejilla, cerca de la comisura de la boca, y él me da un beso en la frente. Luego de un rato, se recuesta sobre el pasto fresco, y yo me acuesto junto a él, con la cabeza en su pecho y me abraza por los hombros, dandome la sensación de seguridad que tanto necesito. Nos arrulla el viento silbante que agita nuestro cabello y las hojas de sus árboles. Nos vigilan y cuidan desde el filmamento. Ambos nos quedamos dormidos felices y dichosos, ojala todos los días fuera como aquel.
By Claire

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